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instantes con su color negro, su piel de monstruo marino y la franja de meandros de plata que lo ribetea. Este peasco misterioso y extrao exaltara la imaginación de un Hamlet? Es la ruina de un castillo? Es un enorme delfn? Es un tiburón? Es una esfinge que mira al mar, o la cabeza pensativa de un sabio? El hombre de la costa no ha querido que sea un delfn, ni un tiburón, ni una ruina; ha decidido que sea la cabeza de un monje, y le ha llamado as, en vasco: Frayburu. La imaginación fabrica cosas extraas con las nubes y con las rocas, con lo ms impalpable y con lo ms duro. En las forjas del espritu se funden todas las sustancias. 70 Las inquietudes de Shanti Anda Po Baroja El Izarra presenta tambin motivos de fantasa para las imaginaciones vagabundas; en ese alto acanti- lado, paredón gigantesco, pizarroso, con vetas blancas, las hornacinas se abren. como esperando una ima- gen; los balcones, ribeteados por lquenes verdes, se alargan en lo alto. Podra asomarse all una ondina o una hada. A veces, al pie de este acantilado aparecen manchas rojas de algas adheridas a las peas, que sugieren cierta idea trgica. Pero cuando la costa y, sobre todo, Frayburu llegan a lo culminante de su fuerza, al paroxismo de su misterio, es al anochecer. Entonces el horizonte se alarga bajo la bruma rojiza, el cielo azul del crepsculo va palideciendo y sus colores de rosa se tornan grises; los promontorios lejanos, dorados por el ltimo res- plandor del sol, desaparecen en la niebla, y Frayburu se yergue en la soledad de su desolación ms mis- terioso y ms sombro, en su continuo reto lanzado al cielo oscuro y al mar hipócrita que intenta conquis- tarlo. 71 Bisusalde Captulo VI Una maana de otoo llegu a la playa de las nimas antes del medioda. Un hombre iba con un carro por el arenal, aguijoneando la yunta; se oa el chirrido de los ejes de la carreta y el ruido crepitante de la arena bajo las pezuas de los bueyes. Pregunt al boyero por dónde se suba ms de prisa a Bisusalde, y me mostró el camino, que, al princi- pio, ms que camino, era una escalera formada por tres o cuatro tramos hechos con vigas y que termina- ba en una cuesta en zigzag. Este sendero se llamaba cuesta de los Perros (Chacur aldapa). Ms avanzado que ninguna de las casas de Izarte, ms al borde de las dunas, estaba el casero de mi abuela, un casero negro, con un balcón corrido hacia el lado del mar. Se llamaba Bisusalde (cerca de las borrascas). Realmente, el viento deba azotar all de una manera furiosa. Me acerqu a contemplar el casero: la fachada que miraba al mar era toda negra; la otra tena un jardn abandonado, con dos cipreses secos, y luego una huerta, que se continuaba con un prado. Entr en la casa y llam. Esper algn tiempo, y un hombre que trabajaba en la huerta me dijo que el capitn, as llamaba sin duda al amo, no estaba en casa. Haba ido a Elguea con su hija. Record que aquel viejo era el mismo que encontramos Recalde y yo cuando, despus de nuestra expe- dición al Stella Maris, anduvimos buscando al que tena la llave de la lancha que sola estar atada en la punta del Faro. Pregunt al viejo cundo volvera el seor, y me dijo que por la tarde, a eso de las cinco. Me dirig hacia el pueblo, formado por quince o veinte casas agrupadas en derredor de la iglesia, y me detuve en una venta del camino, con el objeto de almorzar, y de paso a enterarme de la clase de gente que viva en Bisusalde. La venta era de esas mixtas entre campesina y marinera; tena las puertas y las paredes pintadas de verde, mostrador en el portal y a un lado un cuarto pequeo, con una mesa de pino, blanca, un espejo cubierto con gasa y varias sillas. Estaba todo limpio a fuerza de arena y de baldeo. Contiguo a la venta haba un soportal con una fragua: en aquel momento estaban herrando a un buey amarillento. Llam; vino una mujer, a quien pregunt si poda comer algo; me dijo que esperara un momento. Hablamos; le expliqu quin era y a lo que iba, y a mis preguntas contestó dndome los informes que le
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